Es la una de la mañana del viernes dos de enero de 2009 y hay muy pocos carros en las calles. La gente que normalmente transita a esta hora debe estar en su casa durmiendo, descansando de la fiesta de fin de año. Otros tantos aún deben estar de viaje fuera de la ciudad. Además no hay casi nada abierto que atraiga público. Supongo que existen muchas razones por las cuales las calles están casi desiertas y muy pocas razones para que yo esté en la calle a esta hora. Los adornos de navidad aún permanecen en sus sitios. Ya pasaron las fiestas así que muy pronto los quitarán, al menos la mayoría, pero hoy continúan titilando en distintos colores, al igual que lo hicieron durante todo el mes de diciembre. Sin disminuir la velocidad ni cambiar su patrón, con el mismo ánimo estroboscópico; sin poder advertir que ya no les queda tiempo, que el cambio es inevitable, aunque era predecible. Todas las decisiones tomadas a lo largo del año nos trajeron a este lugar, decorar con luces un centro comercial, por ejemplo, significa tener que quitarlas eventualmente, un centro comercial que se respete quiero decir, porque siempre hay uno que otro que no las quita. Pero aunque no las quiten los adornos navideños deben ser removidos en algún momento, bien sea porque al final se haga lo correcto o porque terminen dañándose con el tiempo. No hacerlo es declarar una guerra fútil contra el cambio, no por dejarlos sigue siendo navidad.
Es así como utilizar todos los ingredientes de una torta y mezclarlos apropiadamente, meterlos al horno y esperar que lo que salga cocido de ahí sea un pasticho en vez de una torta. Yo no creo en la existencia de un destino escrito que dicte nuestras vidas pero sí creo que todo lo que hacemos tiene consecuencias, o sea, todos los días mezclamos ingredientes para cocinar algo y esos ingredientes irremediablemente pertenecen a una receta en particular, digamos, continuando con el ejemplo, una torta, sin embargo, y aunque es obvio que siempre estuvimos cocinando una torta muchas veces queremos que lo que salga del horno sea un pasticho. La frustración resultante es inexorable y somos tan tontos que casi nunca la comprendemos: “ajá, le puse chocolate, leche, huevos… ¡¿Dónde está mi pasticho?!”
Lo peor no es querer tener un resultado distinto al que se ha venido cocinado todo el tiempo. Lo realmente grave es que a veces lo que termina saliendo del horno es un pasticho aun y cuando siempre se estuvo cocinando una torta. No, no quiero decir que sea magia, son sólo cosas que a veces pasan.
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