Adora a tu ciudad, pero no por mucho tiempo,
Olvida el tacto de sus piedras,
Sé gentil a tu paso y prosigue de largo,
No proyectes quedarte entre sus muros,
Hasta fundirte en el paisaje.
Una ciudad no es fiel a un río ni a un árbol,
Mucho menos a un hombre.
Quien amó una ciudad solamente en la tierra,
Casa por casa, bajo soles o lluvias
Y fue por años tatuándola en sus ojos,
Sabe cómo engañan de pronto sus colinas,
Cómo se tornan crueles esas tardes doradas
Que tanto nos seducen.
Las ciudades se prometen al que llega
Pero no aman a nadie.
Cuando se ven por la ventana de un avión
Todas atraen
Con sus cumbres azules
Y largos bulevares rumorosos,
Pero al tiempo son sombras amargas.
Sus edificios nos vuelven solitarios,
Sus cementerios están llenos de suicidas
Que no dejaron ni una carta.
Por eso el río pasa y no vuelve,
Por eso el árbol que crece en sus orillas
Elige siempre la madera más leve
Y termina de barco.
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