Las conversaciones cercanas y los murmullos distantes; el olor del líquido limpiador sobre el escritorio y los perfumes de la gente que pasa; el peso de la ropa sobre el cuerpo; la silla que me sostiene; el manso mugido del aire acondicionado; la temperatura agradable; el relieve de la F y de la J del teclado; la mano sobre el rostro, la aspereza de la barba, la suavidad de los dedos; rastros de sabor a ciruela; la sensación de haber dormido casi lo suficiente y la seguridad de haber comido y bebido demasiado la noche anterior. Los colores fríos, la claridad plana de todo el piso, las líneas rectas, firmes, íntegras, predecibles, aburridas. Todo se percibe en un momento, y mucho más. Una mirada fija desde otro cubículo, el bostezo que contagia, el tráfico de los carros. Se puede adivinar el clima en la calle sólo viendo la luz en el edificio de enfrente. Y mucho más, adentro y afuera.
La conciencia filtra del ambiente una parte minúscula que es la que puede manejar de acuerdo a los intereses del momento. Sin embargo, todo queda registrado siempre. Recibimos millones de estímulos y enfocamos según nuestras necesidades inmediatas, luego recibimos otro juego de estímulos y vuelve a cambiar nuestro foco, y luego otro y volvemos a cambiar, y así se van los minutos instante a instante. El subconsciente asocia los datos más disímiles en apariencia de toda esta información guardada en falso en función a las necesidades más profundas, y comienza a lanzar alarmas en forma de emociones e imágenes, para que atendamos esas necesidades, y aunque las ignoremos luego volverían transformadas en sueños, y si persistimos en obviarlas demasiado tiempo seguirán retornando convertidas en neurosis.
Muchas veces las emociones y las imágenes no son suficientes para racionalizar su mensaje. La verdad es difícil, el mensaje nunca es claro. El mensaje es oblicuo. El mensaje no es un mensaje como tal.
Las emociones te mueven, te atraen y te repelen. Esto me mueve desde que lo leí la primera vez. No pretendo entenderlo, de alguna manera me hace sentido, me suena. Es mi poema favorito aunque no lo tenga memorizado, aunque no pueda terminar de leerlo al primer intento nunca. Hay un substrato en él que sana y hace daño por igual, que me pertenece sólo a mí.
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