COMO LEER LA POESÍA
“Y la estrella viaja con sus piernas de fuente pura”
Henry Corbin
Hace muchos años vi en una revista la cita de un verso de Henry Corbin. En ese momento quedé maravillada y su nombre fue guardado por mí en mi cerebro. Unas semanas atrás mi amigo Alberto Conte me enseñó una traducción de Corbin realizada por Juan Calzadilla y Eugéne Modestine. Se la compré, secretamente emocionada, porque sabía cuán difícil es entrar en contacto con un libro bueno hoy. Desde hace siete días ando con el libro Lejos como un viaje. Si acaso he podido leer siete poemas. Uno por noche. Leo los poemas en alta voz, los transcribo en mi cuaderno como cualquier Pierre Menard, se los leo a mis amigas por teléfono. Corbin me tiene emocionada. No sé cómo es él. Sé que es martiniqueño. No me imagino qué pueda ser la isla de Martinica, ni lo que se come allá. Me basta la palabra del poeta. Ahora tengo con quien orar de noche desde la magnificencia.
Me gusta descubrir un poeta. Es tan difícil penetrar en un mundo poético particular que cuando esto sucede resulta un acontecimiento. Una de las cosas más arduas es enseñar a leer poesía y yo lo realizo. La poesía le llega a uno como llega el amor o la fiebre. Por no se sabe qué razones. A veces podemos leer reiteradamente a un poeta y todavía no nos llega. Y es que no estamos preparados para él. La poesía tiene una duración, un tiempo, un cuajar en nuestra alma que nada tienen que ver con nuestras decisiones.
El lector de poesía debe ser ante todo un lector humilde, pasivo, receptor de riqueza. Por una rara conjunción, el lector tiene que tener la edad del poeta; no la edad cronológica, sino la edad mental, anímica, psíquica.
Hace veintitrés años conocí a Rilke. Fascinada por él quise hacer mi trabajo de grado sobre su obra, pero no pude. Había en ese entonces ciertas imágenes que no comprendía. Pero no lo abandoné, seguí leyéndolo, con fervor, pasivamente, escuchando…Veinte años después pude escribir diez cuartillas sobre Las Elegías de Duino que constituyen ahora el prólogo a mi traducción. Esto no me desanima. Durante veinte años me ha acompañado un poeta, no cinco poetas, sino uno. También me acompañan dos o tres novelistas. No más. Virginia Wolf, Thomas Mann, Hermann Broch…No son demasiados los libros que uno necesita para volverse sabio.
Ahora tengo un poeta nuevo que me durará probablemente veintitrés años para comprenderlo. Estoy feliz. Esto quiere decir que a los sesenta y cinco años podré escribir algo sobre él, si es posible.
Ante mí hay dos versos de Corbin y me fascinan, pero no puedo decir exactamente qué significan, así como no puedo explicar lo que sea un beso:
“ Y los pájaros al desprenderse como hojas cortan
la cabeza del cazador en la noche”
Leer poesía no es lo mismo que leer novelas o leer el periódico. Cuando leo poesía me encierro en mi cuarto para que no me vean, porque allí hago muecas, danzo, ondulo, leo en alta voz, me contorsiono como Ulises ante las sirenas, me acuesto en el piso, lloro, es decir, me conecto con lo más profundo del inconsciente. Y eso no se le puede mostrar a nadie. Para ello –como dice Virginia Wolf– es preciso un cuarto propio. No le aconsejo a mis alumnos, por ejemplo, que lean poesía en un carrito por puesto. Porque la poesía es un templo y a ella se va con una vestidura especial y adecuada. Un velo.
Si a mí se me pidiese un buen consejo sobre como leer poesía diría que ante todo hay que querer leerla. Querer como querencia. Sin mala fe, sin desesperación. Averiguando qué diablos quiso decir el poeta. Porque los poetas son difíciles de leer. Uno puede quedarse veintitrés años con una frase incomprensible y alegrarse por ella…, porque en el fondo casi la comprende. Y así uno manda la razón y la consciencia a paseo. Cada quien sostiene a un poeta.
Penélope
Cosidos los ojos
La luna y el atrio
Tienen por chorro de agua
A la esposa.
Henri Corbin
De. Cómo leer la poesía – Hani Ossot
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